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marzo 2022

Los artrópodos como transmisores de enfermedades del hombre y de los animales. Registros históricos. Parte I

Coronel veterinario (R) Roberto Rufino Caro

Boletín ASARHIVE, Año XVII Nº 129.

Introducción
El término artrópodo deriva del griego en donde árthon es articulación y poús, es pie, por lo tanto, se denominan así a los animales que tienen las patas articuladas. Son seres invertebrados, pero poseen un exoesqueleto quitinoso que mudan periódicamente y tienen el cuerpo formado por varios segmentos o metámeros unidos entre sí por membranas especiales. Además de las patas presentan otros apéndices articulados como antenas, mandíbulas, quelíceros, etc. A este grupo pertenecen los Hexapoda (insectos), los Chelicerata (arácnidos), los Crustácea (crustáceos) y los Myriapoda (miriápodos).

Los artrópodos son los animales más exitosos en nuestro planeta ya que en su conjunto constituyen un número de especies e individuos tal, que supera a todos los demás grupos del reino animal. Esto significa que son cerca del 80 % de todas las especies animales. Se conocen alrededor de 1.300.000 especies de artrópodos, con una amplísima variedad morfológica y fisiológica, habitando y alimentándose en todos los ambientes, marino, dulceacuícola, terrestre y aéreo. Se incluyen a los insectos, arácnidos, crustáceos y miriápodos, entre otros. Si bien no hay una especialidad de la zoología que estudie específicamente a todos los artrópodos en su conjunto, hay ciencias para estudiar a los insectos, la entomología, a los arácnidos aracnología y a los crustáceos, la carcinología. Por otra parte, son fundamentales para el equilibrio de los ecosistemas. Algunos científicos afirman que, si se extinguen los seres humanos, al planeta no le va a afectar mucho, pero si se extinguen todos los artrópodos, la catástrofe ecológica sería tal, que la vida como la conocemos desaparecería. Es decir que los artrópodos son fundamentales para nuestra propia subsistencia.

Sin embargo, algunos grupos de artrópodos causan daño, ya sea directamente a los seres humanos, o a nuestras actividades económicas como la ganadería y la agricultura. Estos perjuicios que nos provocan pueden ser catalogados en dos grandes grupos, a saber:

  • Daños directos, cuando este es producido por artrópodos como las moscas, ácaros de la sarna, pulgas, piojos, garrapatas, mosquitos, arañas, escorpiones y otros sobre las personas, animales y también cuando se alimentan de los cultivos destinados a la producción de alimentos del hombre o
  • Daños indirectos, cuando los artrópodos transmiten agentes patógenos ajenos a ellos A su vez, estos daños pueden subdividirse, ya que la transmisión puede ser:
    1. mecánica o accidental;
    2. biológica, cuando ellos pueden ser vehículos necesarios de los patógenos denominándolos en este último caso, vectores.

En los casos de daños indirectos la transmisión es mecánica o accidental, se produce cuando los agentes patógenos se adhieren al artrópodo como si fueran polizontes y son transportados, por ejemplo, las moscas y cucarachas, que, por vivir y alimentarse en zonas contaminadas, como basurales, desagües, etc.,   cargan numerosos patógenos, como bacterias, protozoarios y virus.

En los indirectos la transmisión biológica sucede cuando el agente patógeno se multiplica dentro del artrópodo, constituyéndose este en vector y además si cambia de estado dentro de él, en hospedador intermediario. También existe la posibilidad de que el agente patógeno pueda transmitirse de generación en generación por vía transovárica como en ciertos artrópodos; es el caso de algunas garrapatas, denominándolos vectores reservorios.

Los agentes patógenos del hombre y animales que pueden transmitir los artrópodos son virus, ricketsias, bacterias, protozoarios y helmintos, que provocan un sin número de enfermedades. Estas representan más del 17 % de todas las enfermedades infecciosas del hombre, muchas de las cuales son zoonosis, y causan más de 700.000 muertes al año. Del estudio de todas ellas se ocupa la Entomología médica.

La palabra “entomología” deriva etimológicamente del griego, en donde éntomon es insecto y logos, es tratado o estudio. En consecuencia, la Entomología médico-veterinaria, es la ciencia que se ocupa del estudio de los organismos pertenecientes al phylum Artrópoda, considerándolos como agentes causantes o transmisores de enfermedades al ser humano y animales. Valorada como una rama de la Parasitología, no se restringe al estudio de los insectos, sino que también incluye el de otras clases de interés sanitario, como los Arachnida, Crustacea, Chilopoda y Diplopoda. Por tal motivo algunos autores consideran que pudiera ser deseable implementar también, —probablemente con mayor propiedad y amplitud—, el término Artropodología sanitaria. (Cazorla-Perfetti, 2013).

Registros históricos
Desde la antigüedad, muchos observadores de la naturaleza, albergaban fundadas sospechas de que los artrópodos estaban, en cierto modo, involucrados con algunas de las enfermedades que afectaban al hombre y a sus animales. (Lehane 2005).

Numerosos ejemplos bien documentados de la importancia de las enfermedades, afecciones vehiculadas por artrópodos fueron recogidos en multitud de textos históricos, cientos de años antes de Cristo.

A lo largo de la historia y de la evolución de las distintas civilizaciones, muchos artrópodos han ocupado, ocupan y ocuparán, un lugar destacado entre las mayores amenazas para la Salud Pública. Ejemplo evidente de ello son las numerosas epidemias sufridas por la humanidad debido a enfermedades provocadas por agentes etiológicos de tan diversa índole, transmitidas por artrópodos, tales como protozoos hemosporídeos del género Plasmodium, causante de la malaria o paludismo, diversos arbovirus de la familia Flaviviridae, responsables del dengue, la fiebre amarilla, la fiebre del Oeste del Nilo y otras encefalitis, o bacterias como Yersinia pestis, que provoca la peste negra o bubónica.

Históricamente muchas de estas enfermedades se han limitado a distintas áreas geográficas, mayormente en regiones tropicales o subtropicales, pero desde hace algunos años esta situación ha cambiado debido a una serie de alteraciones, que incluyen el cambio climático, la agricultura intensiva, el riego, la deforestación, la construcción de represas, los movimientos de las poblaciones, la urbanización rápida no planificada y el aumento de viajes y comercio internacional. Estos cambios crean oportunidades para que los vectores y las enfermedades que transmiten se instalen en nuevas áreas.

Los principales brotes de dengue, malaria, chikungunya, fiebre amarilla, zica y otras, han cobrado vidas humanas y han abrumado los sistemas de salud en muchos países. Otras enfermedades como la leishmaniasis, enfermedad de chagas, filariasis linfáticas, etc., provocan sufrimiento crónico, morbilidad de por vida, discapacidad y estigmatización. En los animales causan importantes pérdidas económicas debido a mortandad, disminución de la producción, desvalorización de sus productos, gastos en campañas de control, etcétera.

La historia de la entomología médica puede ser relatada de modos muy distintos. El enfoque clásico ha sido el seguimiento formal de las referencias, directas o indirectas de las observaciones y descubrimientos sobre el papel de los insectos y otros artrópodos en la transmisión de enfermedades, o en la generación de  molestias físicas al hombre o animales. Así William B Herms (1876-1949) en su clásico Medical Entomology, cuya primera edición apareció en 1915, ubica en el Antiguo Testamento, la primera referencia escrita sobre los insectos como un factor de perturbación para los seres humanos. (Libro de Éxodo capítulos 8 y 9 moscas, piojos y langostas en el capítulo 10, dentro de las 10 Plagas de Egipto). Además, la sexta plaga fue de úlceras en la piel, (Éxodo cap. 9 vers. 8-12) lo que podría interpretarse como leishmaniasis o úlcera de Egipto, hoy sabemos que es causada por un protozoario transmitido por artrópodos (insectos flebótomos). Sin embargo, casi con certeza, podemos asegurar que existe una historia no escrita, transmitida en forma oral, en muchas culturas.

En el papiro descubierto por Georg Moritz Ebers (egiptólogo y novelista alemán, 1837-1898) en Tebas y datado en unos 1.500 años a. C., se describe una enfermedad que parece ser paludismo, y se sabe que las condiciones de vida para el mosquito transmisor eran óptimas en esa época. Los análisis antigénicos hechos a diversas momias del período predinástico indican que muchas de ellas sufrían de paludismo o malaria en el momento de su muerte. En ese mismo papiro se indican los principales métodos para evitar o combatir a las moscas, mosquitos, pulgas, etcétera.

En la antigua Grecia, también Hipócrates, (460-370 a. C.) describió con lujo de detalle este padecimiento, por lo cual es considerado el “padre de la malariología”. Homero es otro que se refirió a la malaria, indicando que esta enfermedad era más frecuente al final del verano y otoño.

Columella (4-70 d. C.), en el primer siglo de la era cristiana, asoció a los mosquitos con los pantanos y las fiebres en Roma, en referencia a la malaria. En numerosas citas en textos y tablas, tanto de Asiria como de Babilonia, se hacen referencias a las leishmaniasis cutánea.

En los escritos médicos y naturalistas de la antigua China, en especial el documento preparado por el emperador “Huang Ti”, unos 2.700 años a. C., aparece una descripción de lo que parece ser una patología malárica.

Por su parte Avicena, médico árabe (980-1037 d. C.) en su famoso libro Canon de Medicina, —traducido al latín en el siglo XII y reproducido posteriormente en múltiples ocasiones—, describió (entre muchas otras enfermedades) las úlceras cutáneas, de tipo oriental, producida por Leishmania tropica transmitida por artrópodos.

Entonces las fuentes son duales, por una parte, los artrópodos por sí mismos, y por otra el conocimiento de las enfermedades cuya transmisión por parte de los insectos, sería demostrada siglos después.

Con respecto a la historia no escrita, una evidencia de ese conocimiento no registrado, fue consignado por el famoso explorador, misionero y médico nacido en Escocia David Livingstone, (1813-1873) quien en su viaje en el que recorrió el sur de África desde el océano Atlántico hasta el Índico, relató que el jefe Sebituane de los “Makololo” le dijo: “tu ganado ha sido picado por la mosca tse-tsé y seguramente morirá”.

Obviamente este jefe era poseedor de un conocimiento tradicional que apuntaba a la existencia de un elemento causal, no mágico, de la enfermedad del sueño o tripanosomiasis africana, y además que las moscas del género Glossina jugaban un importante papel en ella.

Es posible especular, en este y otros casos, que el conocimiento popular orientó los descubrimientos científicos posteriores.

En ese mismo contexto no son raras las referencias al uso de repelentes y otras formas de evitar la agresión de insectos hematófagos, en particular mosquitos. Por ejemplo, el misionero jesuita y naturalista español José Gumilla (1686-1750) relató que hacia 1716 encontró que los indígenas de las riberas del río Orinoco, utilizaban una pasta elaborada a partir del ajiote u onoto (Bixa orellana), como forma de protección. Los habitantes originarios de América del Norte, empleaban el aceite de pescado como repelente y, muy probablemente la vestimenta blanca de los árabes haya jugado un papel similar al de los mosquiteros en los oasis donde pululan hordas de mosquitos. (Machado-Largas-Allison, 1987).

Ejemplos de la importancia de las enfermedades transmitidas por insectos, han sido recogidos en los textos de historia. Un caso es el del griego Pericles que fue víctima de la epidemia de peste en el 429 a. C., así como el emperador romano Claudio en el 269 d. C. La peste recorrió Asia y Europa varias veces determinando cambios históricos importantes. El imperio Romano de Oriente de Justiniano (527-565 d. C.) casi colapsó por la peste, y se supone que Atila, rey de los hunos, en el año 452, después de conquistar Roma, se retiró debido a la malaria. El monje benedictino San Beda, (Inglaterra 672-725 d. C.) citó epidemias de pestes en Inglaterra en los años 664, 672, 678 y 683. Fue uno de los cronistas más interesantes del medioevo y es considerado el “Padre de la Historia Inglesa”.

Por otra parte, existieron algunos eventos importantes y que probablemente cambiaron el curso de la historia y donde los mosquitos jugaron un papel protagónico. Entre ellos podemos recordar la muerte de Alejandro Magno (356-323 a. C.) como consecuencia del paludismo y la desintegración de su breve imperio. Las consecuencias de la muerte del político y militar inglés Oliver Cromwell en 1658 en plena revolución inglesa. No menos importante fue el proceso de independencia de Haití, donde frente a la sublevación de los esclavos, Inglaterra decidió aprovechar la situación y aumentar su presencia en el Caribe enviando a Whitloke con una tropa de aproximadamente 80.000 hombres.

El tifus, transmitido por los piojos, es probablemente una vieja enfermedad que se hace muy evidente al aumentar la densidad de la población y el contacto físico entre las personas en condiciones de hacinamiento y pobreza. En 1528 el tifus exterminó al ejército francés en Nápoles, y en la guerra de los 30 años, en particular hacia 1648, esta enfermedad causó muchas más víctimas que las batallas. Napoleón fue derrotado en Rusia en 1812, por una combinación de piojos, guerrillas y frío. Sus tropas trajeron de regreso a Francia una epidemia de tifus que afectó buena parte de Europa hasta 1816. Otra vez el tifus y la fiebre de las trincheras, fueron importantes durante la primera guerra mundial (1914-1918) y sin duda la malaria o paludismo fue un enemigo común de los japoneses y los aliados en Burma, en el sudeste asiático.

No menos importante es la historia del canal de Panamá, y el nacimiento de esta nación, así como los resultados de la guerra hispano-americana que marcó la independencia de Cuba. En ambos casos la “fiebre amarilla” y los mosquitos constituyeron factores importantes en la geopolítica de la época. El empresario y diplomático francés Fernando de Lesseps (1805-1894) con el apoyo financiero y político de Francia inició las obras del canal de Panamá en 1880. Tras 8 años de trabajo y miles de muertos por fiebre amarilla y malaria, el proyecto fue abandonado. El ingeniero y soldado francés Philips Jean Juneau-Varilla (1859-1940), le vendió la idea a los Estados Unidos, y presionó al presidente de ese país, Theodore Roosevelt para propiciar la separación de Panamá de Colombia en el año 1903. En 1905, el médico militar de EE.UU., William Crawford Gorgas (1854-1920) logró sanear el área y el proyecto concluyó con éxito. Este acontecimiento tuvo como antecedente inmediato la secuencia de investigaciones que iniciadas por el médico cubano Carlos Finlay (1833-1915) con el equipo integrado por W. Reed, Lazear, Agramonte y Carroll en La Habana (Cuba) culminaron con la demostración fehaciente del rol del mosquito Aedes aegypti en la transmisión de la fiebre amarilla. La creación de una comisión para el estudio de la fiebre amarilla y su financiamiento por parte de los Estados Unidos, fue determinada por las epidemias registradas en 1895 y 1900, que causaron más bajas entre los soldados españoles y norteamericanos que las balas (Machado-Allison, 1987).

En referencia a los registros científicos históricos, es casi inexistente la información desde prácticamente Hipócrates hasta el siglo XVI d. C. Al respecto se destacan los aportes del médico, naturalista y filósofo italiano Girolamo Mercuriale (1530-1606) quien en 1577 dijo que las moscas o las pulgas podrían transportar el organismo productor de la peste, desde los individuos muertos o enfermos a los alimentos.

Esta hipótesis introduce por primera vez, el principio de que los artrópodos pueden servir como portadores mecánicos o vectores de muy diversos microorganismos, y que podrían existir otras vías distintas de contagio, además del contacto directo o a través del aire. El explorador y naturalista portugués Gabriel Soares de Sousa (1540-1591) dijo en 1587 que las moscas pueden transmitir ciertas úlceras, hipótesis corroborada tres siglos después por el médico italiano Aldo Castellani (1874-1921) que en 1907 es quien identifica a Treponema pertenue como el agente responsable de la enfermedad llamada “pian”.

Las enfermedades transmitidas por artrópodos fueron una de las grandes barreras a la expansión colonial europea en Asia y África. El elevado número de víctimas de la malaria, la enfermedad del sueño, filariasis, peste bubónica y otras enfermedades motivó, particularmente en Inglaterra, el desarrollo de la medicina tropical. Este interés por el trópico se tradujo en inversiones, tanto en capital humano como en expediciones y estudios efectuados durante el período victoriano, animados a su vez por la revolución industrial. Esto determinó que África, India y el sur de Asia, fueron el escenario de los primeros descubrimientos importantes en el campo de la entomología médica. Primero se desarrolló un servicio de medicina colonial y luego la creación de escuelas de medicina tropical, junto al financiamiento de viajes de exploración o comisiones para investigar ciertas enfermedades, desde mediados del siglo XIX, hasta la disolución gradual del Imperio Británico. Por eso el importante papel que jugaron los investigadores ingleses, como Manson, Ross, Christophers, Bruce, Leishman y otros, que la historia identifica como los “padres de la entomología médica”.

El médico escocés Patrick Manson (1844-1921) fue el primero en 1876/77, en realizar experimentos y observaciones en China, que no dejaron lugar a dudas sobre la transmisión de una filaria, Wuchereria bancrofti, por parte de un mosquito, Culex fatigans. El trabajo de Manson se publicó en 1878, un año después que Louis Pasteur postuló la teoría germinal de las enfermedades, iniciando una de las mayores revoluciones científicas y tecnológicas de la historia universal.

Charles Louis Alfhonse Laveran (1845-1922), médico y naturalista francés descubrió en 1880, que un protozoario al que llamó Oscillaria era el agente causal de la malaria (luego Plasmodium sp). Por sus investigaciones recibió el Premio Nóbel de Medicina en 1907.

El naturalista y médico escocés nacido en la India, Ronald Ross (1857- 1932) trabajando en ese país descubrió en 1897 que los mosquitos Anopheles son los transmisores de la malaria. Recibió por su descubrimiento el Premio Nóbel de Medicina en 1902.

En Estados Unidos en 1889 Theobald Smith descubrió que el protozoario Babesia bigemina es el responsable de la fiebre del ganado en Texas y en 1893, el mismo investigador y Kilbourne, encontraron que el transmisor era una garrapata, Boophilus annulatus. Luego vendrían importantes contribuciones, como la síntesis de Nutall, en 1899, sobre el rol de los artrópodos en la transmisión de enfermedades y los numerosos trabajos de Ricketts sobre otras garrapatas y la transmisión de la fiebre de las Montañas Rocallosas, causada por Rickettsia rickettsi por parte de la garrapata Dermacentor andersoni (Herms, 1943). Howard en 1901 publicó un libro que podría ser designado como el primer texto de Entomología Médica.

En 1895 Bruce dio pruebas de la transmisión de la tripanosomiasis del ganado, (también llamada nagana) de un animal a otro por Glossina morsitans o mosca tse-tsé. En los primeros años del siglo XX, Forde, Dutton, Bruce y Nabarro descubrieron que el Tripanosoma gambiense es el agente causal de la enfermedad del sueño y la mosca Glossina palpalis su transmisor.

En 1898 Simond enunció que la transmisión de la “Peste” entre las ratas la realizan las pulgas Xenopsyla cheopis, hecho luego confirmado por Verjbitski en 1903 y Liston en 1905. En forma independiente, Kitasato y Yersin en 1894 identificaron a la bacteria Pasteurella pestis como responsable de la enfermedad.

En el año 1900 un grupo de investigadores dirigidos por Walter Reed (1851-1902) dio pruebas inequívocas del papel del mosquito Aedes aegypti en la transmisión de la fiebre amarilla. Jesse Lazear, uno de sus colaboradores murió en La Habana víctima de ese padecimiento en 1901. Esta enfermedad habría estado presente en el Caribe desde 1644 y entre las referencias existentes se cita su presencia en La Guaira y Caracas en 1696 (Rojas, 1890), donde, tal como había ocurrido con Sir Francis Drake y sus tropas en Santo Domingo en 1586, los piratas británicos fueron diezmados por la enfermedad, y se retiraron de las colonias españolas.

Como vemos, Manson abrió un inmenso campo de estudio para excelentes investigadores como Nott, Beauperthuy, Finlay, Ross, King, Bruce, Reed, Smith, Howard, Gorgas, Nutall o Chagas, entre otros, los cuales se ocuparon del análisis de las diferentes especies de artrópodos, ciclos bióticos, y su relación como posibles vectores de gran número de agentes patógenos. Es por ello que, dada la elevada cantidad de descubrimientos relevantes en este tema, el período de 50 años a partir de 1877, se considera como la época de oro de la entomología médico-veterinaria o sanitaria.
Enfermedades más importantes del hombre y de los animales transmitidas por artrópodos

 

 

Artrópodo Vector

Enfermedad Agente patógeno Especies afectadas reservorios
Mosquitos/Zancudos Mansonia, Culex, Aedes, Anopheles Malaria

Paludismo

Protozoarios Hombre

Primates

Malaria Aviar Protozoarios Aves
Mixomatosis Virus Conejos
Filariasis varias Helmintos Hombre Caninos

Bovinos Equinos

Fiebre Amarilla Virus Hombre-

Monos

Encefalitis varias Virus Hombre

Equinos Aves

Dengue Virus Hombre
Zica Virus Hombre
Chikungunya Virus Hombre

 

Flebótonos Leishmaniasis Protozoarios Hombre

Caninos

Bartonelosis Bacterias Hombre
Fiebre Pappatasi Virus Hombre

Roedores Murciélagos

Jejenes Peste Equina Virus Equinos

Cebras Asnos

Lengua Azul Virus Rumiantes
Fiebre Efímera Virus Bovinos

Bubalinos

Encefalitis Virus Equinos

Aves

Filariasis Helmintos Mamíferos
Haemoproteosis Protozoarios Aves
Piojos Tifus

exantemático

Rickettsias Hombre
Fiebre

Recurrente

Bacterias Hombre
Fiebre        de      las

Trincheras

Bacterias Hombre
Dipilidiasis Helmintos Hombre

Caninos Felinos

Salmonelosis Bacterias Hombre
Pulgas Peste bubónica Bacterias Hombre Roedores
Dipilidiasis Helmintos Hombre Caninos

Felinos

Mixomatosis Virus Conejos

Liebres

Moscas hematófagas y Tábanos Tripanosomiasis Africana o Enf.

del Sueño.

Protozoarios Hombre
Surra o Mal de Caderas Protozoarios Animales mamíferos
Nagana Anemia Protozoarios Virus Animales mamíferos

 

Moscas

no hematófagas

Transmisión mecánica                            de enfermedades Virus Bacterias Protozoarios

Helmintos

Hombre              y animales.
Chinches Vinchucas Barbeiros Tripanosomiasis

Americana               o Enf. de Chagas

Protozoarios Hombre

Mamíferos Aves

Garrapatas Babesiosis Protozoarios Bovinos Equinos

Caninos

Erlicosis Bacterias Hombre

Cérvidos

Anaplasmosis Bacterias Rumiantes Caninos Hombre, Aves

Roedores

Enfermedad           de

Lyme

Bacterias Hombre

Cérvidos

Fiebre

Recurrente

Bacterias Hombre-

Roedores

Tularemia Bacterias Mamíferos

Aves Hombre

Fiebre                  por

garrapatas            del Colorado

Virus Hombre

Ardillas Puercoespines

Fiebre maculosa

de las Montañas Rocosas

Rickettsias Hombre Mamíferos
Espiroquetosis Bacterias Aves

Enfermedades transmitidas por mosquitos.
Enfermedades transmitidas por mosquitos: Muchas enfermedades de importancia en salud pública y en poblaciones de animales, son propagadas por mosquitos, que transportan virus, bacterias o parásitos. Estas enfermedades representan una alta carga de morbilidad y mortalidad en muchos casos, así como también altos costos y sobrecargas de los sistemas de salud de los países. Por lo tanto, representan un reto para los mismos y demandan una mejora en el diagnóstico clínico y de laboratorio, de la vigilancia epidemiológica y del control de las poblaciones de estos insectos, para prevenir la transmisión de las enfermedades y evitar consecuencias graves en la población.

1)  Malaria o Paludismo
La malaria o paludismo es una enfermedad producida por protozoarios parásitos del género plasmodium, y transmitida por las hembras de varias especies de mosquitos del género Anopheles.

Se ha encontrado restos de ADN del Plasmodium en mosquitos atrapados en gotas de ámbar de treinta millones de años. Se cree que la malaria humana se originó en África y fue evolucionando con sus hospedadores, mosquitos y primates no humanos. El hombre pudo haberse infectado por medio de los gorilas con la especie Plasmodium falciparum, o bien de Plasmodium vivax de los gorilas y chimpancés de África. Otra especie que puede transmitirse a humanos es Plasmodium knowlesi, originada en los changos macacos de Asia. Plasmodium ovale y Plasmodium malariae infectan al hombre y en menor medida a los chimpancés.

Quizás no exista otra enfermedad que haya dejado más huella en la historia de la humanidad que la malaria. Infectó todos los continentes exceptuando a la Antártida, y varios científicos han llegado a la teoría de que la malaria pudo haber matado a la mitad de todos los humanos que han vivido.

Seguramente los hombres han conocido esta enfermedad desde mucho tiempo antes de la escritura y ese conocimiento fue transmitido en forma oral, y algunos expertos han sugerido que la “fábula de Hércules y la hidra”, el monstruo que habitaba en un pestilente pantano, no es más que la representación, en aquella época, de la invisible amenaza de la Malaria.

Los primeros registros históricos conocidos son el texto de la medicina china Neijing, que data del año 2700 a. C. También aparecen referencias de la enfermedad en las tablillas de arcilla de la biblioteca Asurbanipal en Mesopotamia, de unos 2.000 años a. C. y en el llamado Papiro de Ebers de Egipto, de 1.570 años a. C. en el cual encontramos detallados síntomas de fiebres periódicas, escalofríos, cefaleas y aumento del tamaño del bazo. Heródoto, un antiguo historiador griego, escribió que los constructores de las pirámides egipcias (2700-177 a. C.), recibieron grandes cantidades de ajo para frotarlo en la piel y repeler a los mosquitos, probablemente para protegerlos de la malaria.   El faraón Snefru, el fundador de la IV Dinastía de Egipto, que reinó desde alrededor del año 2613-2589 a. C, usó mosquiteros como protección. Cleopatra VII, la última faraona del antiguo Egipto, también dormía bajo un mosquitero. Se cree que el faraón Tutankamón en 1327 a. C, murió con toda probabilidad a causa de la malaria. Por métodos moleculares, basados en el ADN, han confirmado la alta  prevalencia de malaria por Plasmodium falciparum en el antiguo Egipto, ya muchas momias padecían malaria en el momento de su muerte.

La malaria ampliamente reconocida en la antigua Grecia en el siglo IV a. C, la cual está implicada en la disminución de la población de muchas ciudades estado. Hipócrates (460-370 a. C.) en su libro “Epidemias”, clasificó las fiebres en cotidianas o diarias, recurrentes cada 3 días o terciana benigna y fiebres al cuarto día o cuartana. En otro libro “Aire, aguas y lugares” alude a la asociación epidemiológica de estas fiebres con las aguas estancadas y ciertas prácticas agrícolas. Al igual que Homero afirmó que esta enfermedad era más frecuente al final del verano y otoño.

El Huangdi Neijing chino (El canon Interno del Emperador Amarillo) que data alrededor del año 300 a. C., se refiere a la repetida fiebre paroxística asociada con bazo agrandado y la tendencia a la ocurrencia epidémica. Precisamente en China, comenzó a utilizarse la planta medicinal Qinghao (Artemisia annua), para tratar las hemorroides en las mujeres. Hoy en día el alcaloide artemisina derivada de esa planta es uno de los antipalúdicos más efectivos. Se desconoce porqué fue originalmente utilizado para la indicación señalada, pero posteriormente aparece como el primer remedio recomendado por Ge Hong para los episodios de fiebre intermitente en un manuscrito chino del siglo IV antes de Cristo.

El escritor romano Aulo Cornelio Celso (25 a. C-50 d. C.) en su libro “De Medicina” también hizo referencia a las fiebres palúdicas.

Hacia el año 100 d. C, Lucio Columela en Roma asoció a animáculos invisibles con las fiebres: tampoco conviene que haya laguna cerca de los edificios, ni camino real, porque aquella despide con los calores un vapor pestilencial y produce enjambres espesísimos de insectos que vienen volando sobre nosotros armados de aguijones dañinos […] son causa muchas veces de que se contraigan unas enfermedades desconocidas, cuyos motivos ni aún los médicos pueden descubrir.

Por eso la selección adecuada de asentamientos, según las características del clima, el agua y el terreno fue empleada desde la antigüedad, como una manera de prevenir las fiebres periódicas.

La malaria afectó a la ciudad de Roma en varias épocas de la historia. Una epidemia durante el siglo V d. C., pudo haber contribuido a la caída del Imperio Romano.

A lo largo de los siglos los remedios empleados para el tratamiento de las fiebres fueron muy variados, desde la oración, hasta sangrías, el uso de vomitivos, purgantes, etc. tendientes a extraer del cuerpo el agente maligno. Algunos intentaron con la brujería y la astrología, procedimientos que continuaron durante la Edad Media.

Hacia el siglo XVII aparecieron los primeros intentos del “llamado método científico”.

El médico italiano Francesco Torti (1658-1741) fue quien le puso nombre a la enfermedad, “Malaria” creyendo que se transmitía por el aire que emanaba de los pantanos y lagunas. Del italiano medieval mal-malo y aria- aire. El nombre paludismo deriva del latín paludis, genitivo del nombre palus que significa ciénaga o pantano y de -ismo, en este caso, acción o proceso patológico.

Otro médico italiano, Giovanni María Lancisi (1654-1720) postuló en 1717 que la malaria está causada por elementos animales, transmitidos al hombre por los mosquitos y correlacionó la periodicidad de las fiebres, con la reproducción de estos elementos en el cuerpo, es decir que relacionó los síntomas clínicos de escalofrío y fiebre con la biología del parásito.

En 1848, el anatomista alemán Johann Heinrich Meckel registró gránulos pigmentados de negro y marrón en la sangre y bazo de un paciente que había muerto en un hospital psiquiátrico y se cree que estuvo examinando parásitos de la malaria sin darse cuenta, ya que planteó la hipótesis de que la pigmentación era melanina.

En 1879 Corrado Tommasi Crudeli y Edwin Klebs presentaron la hipótesis de que una bacteria a la que llamaron Bacillus malariae era el agente causante de la malaria. Sin pruebas concretas, este hecho fue probablemente consecuencia de una exacerbada unión a la explosiva corriente del campo de la microbiología, dirigida por el Dr. Roberto Koch, en la que cualquier molestia física se achacaba a las bacterias.

Un hito crucial del proceso de investigación sobre la malaria fue el descubrimiento de su agente causal.

El médico militar francés Charles Louis Alphonse Laveran (1845-1922) que estaba en servicio en Argelia, en 1880 observó muestras de sangre fresca de pacientes con malaria. Contrariamente a la tendencia de la época en que la mayoría de los médicos utilizaban fijadores químicos que evitaban que las estructuras celulares se descompusieran, pero a costa de matar el movimiento de los microbios, Laveran dejó el microscopio por un tiempo, y cuando regresó observó a los protozoarios retorcidos, posiblemente gametos masculinos que tomaron la disminución de la temperatura como señal de haber salido del cuerpo humano y estar dentro del mosquito, donde podrían encontrar gametos femeninos. Laveran propuso que la Malaria era producida por este organismo microscópico al que llamó Oscillaria malariae.

Este descubrimiento se mantuvo en polémica hasta el empleo del aceite de inmersión en 1884 y el desarrollo de mejores técnicas de tinción en 1890- 1891. Además, el fracaso de cultivar in vitro al parásito y transferirlo a animales, y en definitiva poder trabajar con él en el laboratorio, hicieron que este descubrimiento de Laveran, tardara más de una década en ser universalmente aceptado. Laveran obtuvo el Premio Nobel de Medicina en 1907, en reconocimiento a su trabajo sobre el papel desempeñado por los protozoos en el origen de las enfermedades.

En 1885, Ettore Marchiafava, Angelo Celli y Camilo Golgi, estudiaron los ciclos de reproducción de los parásitos en la sangre humana y descubrieron que se dividían casi simultáneamente a intervalos regulares coincidiendo con los ataques de fiebre. En 1886 Golgi describió las diferencias morfológicas que aún hoy se utilizan para diferenciar las especies de los parásitos que causan la malaria, y en la década de 1890 llamaron al nuevo organismo Plasmodium.

Durante la década de 1870 trabajando en la India, el médico inglés Patrick Manson relacionó por primera vez una enfermedad con un mosquito vector, al hallar parásitos del género Filaria en el cuerpo de dichos insectos. En 1891, el Dr. Carlos Finlay, un médico hispano-cubano que trabajaba con pacientes con fiebre amarilla en La Habana, sugirió que eran los mosquitos que transmitían la enfermedad. De manera que la asociación de la malaria con la picadura de los mosquitos era sospechada desde hacía mucho tiempo, pero la demostración directa de esta relación no se obtuvo hasta los últimos años del siglo XIX.

En 1884 Manson consiguió fondos para enviar a la India al médico y entomólogo Ronald Ross (1857-1932) quien se encontraría en el centro de una de las polémicas más fascinantes en lo referente a la distribución del mérito de descubrir el mecanismo de transmisión de la malaria a los humanos. Desde el principio surgió una interesante disputa entre las escuelas británicas e italianas. En efecto, en 1896 los médicos italianos Giovanni Battista Grassi, Amico Bignami, Giuseppe Bastianelli y Ettore Marchiafava publicaron su hipótesis de que la picadura del mosquito transmitía la malaria, y fueron los primeros en infectar de manera experimental a un voluntario humano mediante la picadura de un mosquito parasitado, resultado publicado en 1898. Grassi había señalado concretamente al anopheles. Por su parte el Dr. Ronald Ross fue quien encontró a los parásitos de la malaria en un mosquito que se alimentó de un paciente infectado. Continuó sus investigaciones y pudo demostrar que ciertas especies de mosquito, como Culex fatigans transmitían la malaria a los gorriones, porque aisló los protozoarios de las glándulas salivales de dichos insectos que se alimentaron de aves infectadas. Reportó sus resultados en la Asociación Médica Británica en Edimburgo en 1898.

Pese a la disputa entre las escuelas británicas e italianas de malariología acerca de la prioridad en los descubrimientos, el Dr. Ronald Ross recibió en 1902 el Premio Nobel de Medicina por su trabajo en la malaria. Después de renunciar al Servicio Médico de la India, Ross trabajó en la recién fundada Liverpool School of Tropical Medicine y dirigió los esfuerzos por controlar la malaria en Egipto, Grecia, Mauricio y Panamá. Los hallazgos de Ross, y también los de Finlay, fueron confirmados luego por un comité médico dirigido por el Dr. Walter Reed en 1900, y sus recomendaciones implementadas por el Dr. Wiliam C Gorgas en medidas de saneamiento adoptadas durante la construcción del canal de Panamá. Estas investigaciones salvaron la vida de miles de trabajadores y ayudó a desarrollar los métodos usados en campañas de salud pública contra la malaria.

Definidos ya claramente el agente etiológico, el vector y el mecanismo de transmisión de la enfermedad, la investigación se centró tanto en su fisiopatología como en la terapéutica.

Desde los antiguos textos médicos chinos, que recomendaban el uso de diversas plantas que hoy se sabe contienen ciertos principios activos eficaces contra la malaria, el primer tratamiento que mostró resultados alentadores fue la corteza del árbol “chinchona” (Chinchona officinalis) que contiene el alcaloide “quinina”.

Este árbol crece en las colinas de los Andes, en particular en Perú, y algunos investigadores señalaron que los habitantes de la región, utilizaban la corteza como tónico. En el primer tercio del siglo XVII comenzó a utilizarse entre los colonizadores y religiosos como febrífugo. Ese uso llegó a Europa a través de la administración virreinal y de los jesuitas, quienes a través del cardenal Juan de Lugo (1583-1638) comenzaron el proceso de difusión de este remedio, de manera que su utilización se fue generalizando, hacia finales del siglo mencionado.

A lo largo del siglo XVIII las sucesivas expediciones científicas a América llevaron a una primera caracterización botánica de las especies del género Chinchona, cuya corteza se comercializaba como quina o quinaquina.

Ante la dificultad en obtener esta corteza de los territorios americanos se realizaron grandes esfuerzos para propagar y aclimatar los árboles de quina en territorios coloniales de Gran Bretaña y Holanda, fundamentalmente en la India y Java. Por otra parte, se intentaba obtener extractos de corteza de quina que contuvieran su esencia terapéutica. Los primeros resultados ocurrieron en 1810 cuando el portugués Bernardino António Gomes (1768- 1823) aisló una sustancia cristalina de un extracto alcohólico de la corteza de la quina, que no llegó a purificar, a la que llamó “chinchonino”. Los farmacéuticos franceses Pierre Joseph Pelletier (1788-1842) y Joseph Bienaimé Caventou (1795-1887) en 1820, lograron aislar dos de los alcaloides de la quina: la quinina y la chinchonina.

El descubrimiento de la quinina generó el desarrollo de industrias dedicadas a la producción de sulfato de quinina, radicadas, fundamen- talmente en Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos.

En 1834 en la Guayana Británicas, un médico alemán, Carl Warburg, inventó un medicamento antipirético, la Tintura de Warburg. Este remedio secreto contenía quinina y otras hierbas. Se hicieron ensayos en Europa entre 1840 y 1850. Fue adoptado oficialmente por el Imperio Austríaco en 1847 y el gobierno británico lo suministró a las tropas en la India y otras colonias.

A principios del siglo XX, antes del descubrimiento de los antibióticos, pacientes con Sífilis eran intencionalmente infectados con malaria para provocar una fiebre, procedimiento llamado “malarioterapia”. En 1917, Julius Wagner-Jauregg, (1857-1940) un siquiatra vienés, empezó a tratar la neurosífilis induciendo la malaria con Plasmodium vivax. Tres o cuatro combates de fiebre eran necesarios para matar la bacteria de la sífilis sensible al calor (Spirochaeta pallida o Treponema pallidum). Las infecciones por Plasmodium vivax eran finalizadas con la quinina. Alrededor del 15 % de los pacientes murieron de malaria, pero esta era preferible a que la mayoría muriera de sífilis. La malarioterapia abrió un campo de investigación quimioterapéutica y fue utilizada hasta la década de 1950. Wagner-Jauregg recibió el Premio Nobel de Medicina en 1927 por sus trabajos sobre el tratamiento de la demencia paralítica. En 1997, el médico estadounidense Henry Judah Heimlich (1920-2016) propuso la malarioterapia como tratamiento para pacientes con VIH. Se sabe que en China se hicieron algunos trabajos al respecto. El CDC (Centros para el Control y Prevención de Enfermedades) de EE.UU., no lo recomienda.

También a principios del siglo XX, y especialmente al inicio de la 1ra Guerra Mundial, la quinina obtenida mediante extracción, como hacía más o menos dos siglos y medio, era el único principio activo contra la malaria. Sin embargo, durante el conflicto los dos bandos enfrentados fueron golpeados por la enfermedad, en diversos teatros de operaciones, y el aprovisionamiento del medicamento se hizo difícil.

El médico y bacteriólogo alemán Paul Ehrlich (1854-1915) acuñó el término “bala mágica” para definir un hipotético medicamento capaz de acabar con los patógenos, sin que afectara a las células sanas del hospedador. En el Laboratorio Bayer de Elberfeld, Alemania, Ehrlich desarrolló el azul de metileno, el primer antipalúdico sintético de uso generalizado en el frente bélico. No obstante, nunca gustó a las tropas porque teñía de azul la esclerótica y también la orina.

El interés por ampliar el arsenal terapéutico continuó luego de la guerra. A partir del azul de metileno, en 1926 se sintetizó la plasmoquina y en 1932, el colorante acridínico atebrina. Pero todos estos fármacos necesitaban un ensayo clínico, porque los resultados obtenidos en el laboratorio farmacéutico empleando el modelo de la malaria aviar, no siempre se correspondían con los registrados en el hombre. Una vez más, como en los tiempos de Marchiafava y Celli, los enfermos mentales fueron usados como cobayos. También en Italia, los ensayos de los fármacos antimaláricos y sus protocolos terapéuticos, se desarrollaron sobre este tipo de pacientes.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial, indujo a los dos bandos enfrentados, una febril investigación, para proteger a las tropas de la malaria y de las enfermedades infecciosas en general.

Alemania y los aliados desarrollaron literalmente cientos de derivados de la quinina. El resultado de esta carrera química fue la cloroquina, un potente antipalúdico sin prácticamente efectos secundarios, que en aquel momento se pensó que podría ser la bala mágica imaginada por Ehrlich para erradicar la malaria. Por desgracia, al cabo de pocos años, se detectó en el parásito la aparición de resistencias, lo cual ha inutilizado en muchas zonas endémicas este medicamento.

Cuando la Segunda Guerra Mundial estaba en su apogeo, la historia de la malaria entró en su momento más oscuro. En la Alemania nazi, el Reichsführer de las SS Heinrich Himmler envió a Klaus Schilling (nacido en Mónaco de Baviera en 1871) a trabajar al campo de concentración de Dachau. En 1946, durante los juicios de Nüremberg se pudo escuchar la siguiente declaración… Soy el profesor Klaus Schilling. He trabajado en enfermedades tropicales durante 45 años. Llegué a la estación experimental de Dachau en febrero de 1942. Calculo que inoculé entre 900 y 1.000 prisioneros. A la mayoría se los inoculó por protección. Sin embargo, ninguna de aquellas personas fue voluntaria… Pero esta falta de ética médica, no fue exclusiva de los alemanes. En el centro correccional de Stateville, una prisión estatal de máxima seguridad, cerca de Chicago, en Estados Unidos, también se utilizó a presos para probar medicamentos antimaláricos, por lo cual la defensa de Schilling en el juicio argumentó que, éticamente no había diferencia entre la investigación llevada a cabo en las prisiones americanas y los experimentos en los campos de concentración nazis. Sin embargo, Schilling fue condenado a muerte y ahorcado en mayo de 1946.

Durante la Segunda Guerra Mundial el bando nazi planeó utilizar a la malaria como arma biológica, mediante una bomba que esparciría mosquitos hembras con el protozoo en cuestión. Las pruebas tuvieron éxito, pero el bando aliado desbarató el avance del proyecto.

De todas maneras, el arma más letal del ataque químico contra la malaria, no se desarrolló para eliminar al parásito, sino al mosquito vector. El diclorodifeniltricloroetano o DDT es un órgano clorado cristalino, incoloro, insípido y casi inodoro sintetizado por primera vez en 1874, por el químico austríaco Othmar Zeidler (1850-1911). La acción insecticida del DDT fue descrita en 1939 por el químico suizo Paul Hermann Müller (1899-1965), a quien se le otorgó el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1948 por el descubrimiento del DDT como veneno de contacto para diversos artrópodos. El DDT se prohibió en EE.UU., después de la discusión que se inició en 1962 por La Primavera Silenciosa, escrita por la bióloga marina y conservacionista norteamericana Rachel Louis Carson, (1907-1964) que puso en marcha el movimiento ecologista en Occidente. El libro catalogaba los impactos ambientales por el uso indiscriminado del DDT y sugirió que los pesticidas causaban cáncer y que su uso agrícola era una amenaza para la vida silvestre.

Durante las décadas del 1960 y 1970, la médica y química farmacéutica china Youyou Tu, (nacida en 1930) trabajó para hallar alternativas para la terapéutica de la malaria. Encontró en los antiguos textos de la medicina tradicional china del año 340 a. C., Zhou Bei Ji Fang, traducido en Manual de las Prescripciones de Urgencia, escrito por Ge Hong, y encontró una receta sobre cómo preparar un remedio para las fiebres periódicas, el cual recomendaba extraer el principio activo (hoy sabemos artemisina) de las hojas de artemisa o ginghao en agua templada, no caliente.

En 2015, parte del Premio Nobel de Fisiología y Medicina, fue otorgado a la Dra. Youyou Tu, por sus descubrimientos relativos a una nueva terapia contra la malaria. (primera mujer china en ganar un Nobel).

Se acepta que las vacunas son la mejor estrategia costo-efecto para la prevención de las enfermedades infectocontagiosas y/o transmisibles, sin embargo, hasta el momento no se ha logrado una eficaz vacuna contra la malaria pese a que, desde la década de 1960 se han hecho considerables esfuerzos para desarrollarla.

Como se ha expuesto, durante el siglo XX las estrategias para la lucha contra la malaria abarcaron los siguientes objetivos: 1) eliminar el parásito en el reservorio humano; 2) eliminar el mosquito transmisor y 3) evitar el contacto entre el hombre y el mosquito Anopheles. La cloroquina proporcionó tratamientos más rápidos y eficaces contra el parásito, y el DDT permitió una lucha más exitosa contra los mosquitos transmisores, tanto que se llegó a plantear la posibilidad de la erradicación de la enfermedad y es así que la OMS en 1955 asumió como objetivo una campaña mundial de erradicación. En los primeros años, amplios territorios en los que habitaban casi 400 millones de personas, se liberaron de la enfermedad. Luego la falta de servicios sanitarios eficaces, las limitaciones ambientales y funcionales en el uso del DDT, el desarrollo de resistencia del parásito a la cloroquina y del vector a otros insecticidas, así como las barreras sociales, económicas y culturales, impidieron el esperado progreso a la erradicación global.

Actualmente, en el siglo XXI, la malaria sigue siendo una enfermedad asociada a las condiciones de vida deterioradas por la pobreza, la explotación laboral y la marginación social.

Según datos de la OMS, en el 2018 Plasmodium falciparum representó el 99,7 % de los casos de África, el 50 % de los casos del sureste de Asia, el 71 % de los casos del Mediterráneo Oriental y el 65 % en el Pacífico Occidental. Plasmodium vivax es el parásito predominante en la región de las Américas y representa el 75 % de los casos de la enfermedad. En el año 2019 hubo 229.000.000 de casos de paludismo en el mundo, cifra similar a la del 2018 y el número de muertes se estimó en 409.000. Estos incluyen a niños menores de 5 años, mujeres embarazadas y pacientes con VIH/SIDA, así como a migrantes no inmunes, poblaciones móviles y viajeros. Según estimaciones presentadas por la OMS en 2020, hubo en todo el mundo

241.000.000 de casos de paludismo y 627.000 muertes, lo que supone un aumento de casos y muertes, en relación al 2019. Todo esto atribuido a la interrupción en los servicios de prevención, diagnóstico y tratamiento de la enfermedad como consecuencia de la pandemia de Covid-19.

A partir del mes de octubre del año 2021 la OMS recomendó el uso de una vacuna, denominada “RTSS/ASO1”. Esta es la primera vacuna contra la malaria en el mundo que ha demostrado que proporciona protección parcial contra la enfermedad en niños pequeños contra Plasmodium falciparum. Fue desarrollada por científicos africanos que vienen trabajando desde hace 30 años. Desde el 2019 se han inmunizado 800.000 niños en Ghana, Malawi y Kenia, y su uso se extenderá a otras regiones de alto riesgo como el África subsahariana.

La utilización de esta vacuna junto a las herramientas ya existentes para prevenir la enfermedad, podría salvar decenas de miles de vidas jóvenes cada año.2)  Malaria aviar

2) La malaria de las aves afecta a gallináceas, patos, gansos, palomas y gran cantidad de aves silvestres, que son la fuente de muchas especies de Plasmodium que no tienen una clara especificidad. La transmiten mosquitos de los géneros Culex, Aedes y en menor medida Anopheles y Mansonia. La mortalidad en las palomas puede llegar al 75 % y en muchas partes del mundo donde la enfermedad está presente, se ha visto una marcada disminución de diversas especies de aves silvestres.

Ya a fines del siglo XIX el Dr. Ronald Ross, aisló protozoarios del género Plasmodium de las glándulas salivales de mosquitos Culex fatigans, que se había alimentado de aves enfermas de malaria.

Hasta la década de 1950, el chequeo de los medicamentos antimaláricos para su posible utilización en el hombre, fue llevado a cabo en aves enfermas de malaria, aunque las especies aviarias son diferentes a aquellas que infectan al ser humano.

3)  Filariasis
La filariasis constituye un grupo de enfermedades parasitarias del hombre y algunos animales, presentes por lo general en zonas tropicales. Están causadas por infección de filarias, es decir nematodes del orden Spirurida, superfamilia Filarioidea y que son transmitidos en forma de larvas o microfilarias a los vertebrados por un artrópodo, generalmente mosquitos, flebótomos, moscas suctopicadoras o tábanos, luego de lo cual las larvas se localizan adecuadamente para convertirse en adultos.

Se piensa que la filariasis linfática, ha atormentado al hombre desde hace aproximadamente 1.500 a 4.000 años, aunque se desconoce una fecha precisa de su origen.

En la literatura griega antigua, existe una referencia de la enfermedad, cuando los especialistas discutían el diagnóstico de la filariasis linfática en comparación con el diagnóstico de síntomas similares resultantes de la Lepra.

La primera documentación sobre los síntomas ocurrió en el siglo XVI cuando Jan Huygen van Linschoten (1563-1611), un comerciante y viajero holandés, escribió sobre la enfermedad, como parte de su exploración en Goa (India). Poco después en viajes posteriores en otras áreas de Asia y África, resultaron en reportes adicionales.

En 1863 el cirujano francés Jean-Nicolas Demarquay (1811-1875) describió un parásito procedente de la hidrocele de un paciente y en 1866 el médico alemán Otto Henry Wucherer (1820-1873) lo halló en la orina de enfermos en Brasil.

Timothy Richards Lewis (1841-1886), trabajando en Calcuta (India) sobre la obra de Demarquay y Wucherer, hizo la conexión entre la microfilaria y la elefantiasis, y demostró que el helminto se alojaba principalmente en la sangre humana, por lo que lo denominó Filaria sanguinis hominis, estableciendo el curso investigativo que por último llevó a la explicación de la parasitosis. Poco después, en Australia en 1876, el cirujano inglés Joseph Bancroft (1836-1894) descubrió la forma adulta del gusano, por lo cual, otro inglés Thomas Spencer Cobbold (1828-1886) renombró a la especie Filaria bancrofti. (Mandal, 2015). Finalmente, se la denomina Wuchereria bancrofti, en honor a Wucherer y Bancroft.

El médico y biólogo escocés Patrick Manson (1844-1922) trabajando en China, encontró el gusano nematodo Wuchereria bancrofti como agente causal de la filariasis linfática, en el mosquito Culex fatigans actualmente llamado Culex quinquefasciatus.

Manson obtuvo la confirmación definitiva del rol de los mosquitos como vectores de enfermedades (la primera registrada en la historia) mediante la realización de un experimento efectuado el 10 de agosto de 1877, en el cual alimentó mosquitos silvestres de la zona, sobre su jardinero, en quien había observado previamente la presencia de microfilarias en sangre. El sacrificio secuencial de los mosquitos a lo largo de los nueve días siguientes, le permitió incriminar a estos insectos de una forma inequívoca con el ciclo biológico de la filaria (Cook, 2007). Sin embargo, pensó en un principio que la infección se producía cuando la persona consumía agua estancada, en la que previamente habían caído los mosquitos muertos infectados los cuales, al descomponerse dejaban en libertad las formas del gusano. (Manson, 1878).

Todos estos descubrimientos de Manson, resultaron en una explosión de interés por las enfermedades transmitidas por artrópodos, por lo cual se lo considera “el padre de la medicina tropical” y algunos parásitos fueron renombrados en su honor, como el género Mansonella (Nematoda Filaroidea), el   género   Mansonia   (díptera,   culicidae)   y   la   especie Schistosoma mansoni (digenea, schistosomatidae).

Recién en el año 1900, el médico escocés George Carmichael Low (1872- 1952), quien trabajaba desde 1899 con Manson en la recién fundada Escuela de Medicina Tropical de Londres, pudo determinar el mecanismo real de transmisión de la Filariasis. (Low, 1900). Manson envió a Low a Heidelberg y a Viena, con el objetivo de aprender una nueva técnica para diseccionar los mosquitos en celoidina, utilizando el micrótomo de deslizamiento. Luego en un lote de mosquitos Culex fatigans procedentes de Brisbane, Low detectó la presencia del parásito en toda la longitud de su probóscide, en incluso emergiendo de ella. En aquel momento quedó demostrado que las personas se infectan con los nematodos a través de la picadura de los mosquitos. (Cook, 2007).

La filariasis es endémica en regiones tropicales de Asia, África, América Central y del Sur, poniendo en riesgo a más de mil cien millones de habitantes, con ciento veinte millones de personas afectadas en 83 países. Un importante número de animales es víctima de estas enfermedades.

Se han identificado los siguientes nematodos causantes de las filariasis, separados en tres grandes grupos, según la localización del verme adulto:

Grupo Linfático
Wuchereria bancrofti, causa el 90 % de los casos y se encuentra en África del norte y central, sudeste de Asia, India, islas del Pacífico y el norte de Sudamérica y produce la elefantiasis de miembros inferiores y genitales en el ser humano.

Brugia malayi es similar a la anterior, pero la enfermedad es menos grave y puede afectar a los miembros superiores. Se encuentra en Japón, Corea, China e India. Provoca la mayoría de los casos restantes y otra especie, Brugia timori, también puede provocar algunos pocos casos.

Grupo cutáneo
Loa, se encuentra en África, y es transmitida por tábanos del género Chrysops. Los gusanos adultos viven en tejidos subcutáneos, causando las llamadas hinchazones fugitivas en el hombre.

Onchocerca volvulus, se encuentra en África, Centroamérica y norte de Sudamérica (actualmente en Brasil y Venezuela). Produce la Onchocercosis en el hombre. Además, puede ubicarse en los ojos, causando la denominada “Ceguera de los Ríos”, una muy grave enfermedad que puede terminar en ceguera. Es transmitido por moscas negras del género Simulium.

Onchocerca gibsoni descrita en Asia y África afecta a bovinos y bubalinos (pecho y parte posterior de los miembros) y la transmiten mosquitos de la familia Simuliidae y Ceratopogonidae.

Onchocerca gutturosa, de distribución mundial provoca enfermedad en bovinos y bubalinos, (ligamento de la nuca, escápula y cadera).

Onchocerca cervicalis, específica de equinos, (caballos, burros, mulas) es de distribución cosmopolita. Los adultos se localizan en los ligamentos del músculo trapecio, en los ligamentos supraescapulares y en el ligamento de la nuca. Las microfilarias las hallamos en el tejido subconjuntival, córnea o cámara anterior del ojo.

Onchocerca reticulata, es también de equinos. En su estado adulto se halla en los ligamentos de las articulaciones, tendones flexores, tejido celular subcutáneo en la región de los tendones y los cartílagos del casco. Las microfilarias se localizan en la piel causando lo que se conoce en América del Norte como “comezón de verano”.

Mansonella streptocerca, es un parásito del hombre, común en la selva tropical de África, donde se cree que también afecta a los chimpancés. La transmiten jejenes del género Culicoides.

Parafilaria bovícola es un parásito del tejido conectivo subcutáneo de los bovinos. La transmisión sucede cuando las moscas (Musca autumnalis y otras) depositan las larvas 3 al alimentarse de las secreciones lacrimales o heridas cutáneas.

Parafilaria multipapilosa se transmite por moscas del género Haematobia, y se localiza en el tejido conectivo subcutáneo e intermuscular de los caballos. Se ha descrito en Asia, África, Europa y sur de América.

Grupo visceral
Mansonella ozzardi, común en Centro y Sudamérica transmitidas por jejenes Culicoides y moscas negras Simulium, viven libres en la cavidad torácica y abdominal del hombre. En Argentina se la conoce también como filaria tucumana.

Mansonella perstans de África y norte de Sudamérica. En 1890 las microfilarias fueron descubiertas por primera vez por Manson, en la sangre de un paciente de África occidental, que fue hospitalizado con enfermedad del sueño en Londres, por lo cual se sospechó que era responsable de ella, hecho descartado posteriormente. Los ejemplares adultos los encontramos libres en la cavidad peritoneal, pleural y pericárdica del hombre. Es transmitida por Culicoides.

Dirofilaria inmitis, es un parásito que afecta a los perros y es transmitida por mosquitos. Ocurre en todos los continentes excepto la Antártida. Fue descubierta en perros hace poco más de un siglo, y reportada en gatos en la década de 1920. Hay varios mamíferos como lobos, coyotes, zorros, hurones, ratas almizcleras, nutrias, leones marinos que sirven como hospedadores naturales y aún el hombre como un hospedador ocasional. El nematode es llamado “gusano del corazón” porque en el último estado de su ciclo biológico se aloja en el corazón del hospedador, donde puede permanecer hasta varios años, hasta que este muere por un paro cardíaco. Las microfilarias circulan por el torrente sanguíneo, pero no pueden desarrollar gusanos adultos sin pasar por el hospedador intermediario que es el mosquito, razón por la cual es un parásito prevalente en zonas templadas, tropicales y subtropicales, donde abundan estos insectos.

La Setaria equina se encuentra en la cavidad peritoneal de caballos y asnos, y es transmitida por mosquitos y moscas hematófagas. Su distribución es mundial.

Setaria labioto-papilosa o digitata se ubica en la cavidad peritoneal y más  raramente pleural de bovinos y rumiantes salvajes, en prácticamente todos los continentes.

El programa mundial para eliminar las filariasis en el hombre, tiene por objeto ofrecer una serie de medidas asistenciales de carácter esencial, a todas las personas que presenten manifestaciones crónicas asociadas a este grupo de enfermedades, con el fin de aliviar su sufrimiento y mejorar su calidad de vida.

En los animales, la dirofilariasis canina, es la única que requiere una terapéutica adecuada. Las demás Filariasis, en general pasan desapercibidas y son hallazgos de necropsias.

En el año 1987 (luego de extensos estudios iniciados en Senegal, África) la OMS aprobó la utilización de la ivermectina para el tratamiento de la “ceguera de los ríos” en el hombre, debido a que demostró ser eficaz, y su empleo ha logrado reducir en forma satisfactoria, la morbilidad asociada con esta enfermedad. Posteriormente su uso se amplió para otras enfermedades provocadas por filarias y diversas helmintiasis, aunque actualmente se sabe de la aparición de resistencia de muchos nematodes a esta droga.

A pesar de los tratamientos disponibles, las filariasis siguen siendo una amenaza para la salud pública en el oeste y centro de África. En la actualidad un grupo de investigadores de la Unión Europea han desarrollado nuevas vacunas que están listas para ser evaluadas en ensayos clínicos.